Educación corporal en rosa y azul
Practicas sexistas en la clase de educación física
En este apartado se realizará un análisis frente las prácticas educativas en la clase de educación física y como estas promueven una diferenciación de géneros a través de sus contenidos, de igual manera se presentará una serie de conductas evidenciadas en los y las estudiantes en este espacio académico dejando entrever cómo la educación y en especial la educación física se ha encargado de promover este tipo de ideologías sexistas a partir de las prácticas corporales y del uso del lenguaje.
En múltiples observaciones realizadas en contextos de educación formal se han evidenciado una serie de conductas, prácticas y/o comportamientos que dejan en evidencia cómo los y las estudiantes han configurado sus maneras de entender el uso de sus cuerpos y el de los otros, encontrando como factor común la desigualdad entre géneros. Un ejemplo de ello es como los hombres proyectan un nivel de superioridad con respecto a las mujeres, y como estas optan por asumir inferioridad por temor a ser rechazadas, ridiculizadas o expuestas en público, naturalizando así este tipo de hechos. En palabras de Pablo Ariel Scharagrotsky “es sabido que cualquier clase escolar, sea o no de educación física, presenta reglas invisibles y mecanismos ocultos que muy sutilmente van contribuyendo a construir cierto orden corporal y no otro.”
Complementando lo anteriormente mencionado a continuación se presentará como estas configuraciones corporales afloran en la clase de educación física, es allí donde todas aquellas ideologías y prácticas sexistas cobran fuerza debido a que en este espacio académico es de vital importancia el uso adecuado del cuerpo mediante la implementación de destrezas técnicas y tácticas, al igual que otro tipo de habilidades físicas y cognitivas desarrolladas de manera más eficiente por el género masculino teniendo en cuenta los aspectos mencionados en el apartado (1).
En la clase se evidenciaron algunos aspectos que serán mencionados y descritos a continuación:
Cuando se da inicio a la clase de educación física los y las estudiantes ponen en escena un juego de roles los cuales han sido designados por transmisiones generacionales, allí dejan ver su esencia, los valores adquiridos en el hogar, las habilidades obtenidas en la calle o en las escuelas de formación deportiva, cuerpos felices y tristes, activos y pasivos, dispuestos e indispuestos salen al patio del colegio con el fin de participar (a su manera) de la clase más esperada en la semana, esa que desborda pasión, emoción, euforia, rabia y hasta impotencia, esa clase a la cual se asiste con un atuendo cómodo que proporciona cierta libertad (para algunos y algunas).
Allí surgen dos colores a los cuales la sociedad le ha otorgado un género, un valor especial que se encarga de diferenciar a hombres y mujeres, por un lado el azul, color relacionado con los varones, con los niños, hombres, esos que en la clase corren, escupen, van al piso sin vehemencia y compiten, esos que se apoderan del material didáctico y del patio de prácticas, son ellos los que le ponen la cara al sol, caras que presentan una mezcla entre sudor y mugre, hombres a los cuales se les ha inculcado la ley del más fuerte.
En contraposición al azul, surge el color rosa, el de las niñas, mujeres, aquellas que durante las prácticas de este espacio corren de forma lenta y algo descoordinada, las mismas que permanecen más pendiente de su peinado y su maquillaje que de los contenidos de la clase, las que no pierden oportunidad para tomar asiento y descansar un poco, las que se ocultan del sol y le corren a la lluvia, mujeres color rosa poseedoras de un sin número de cualidades y habilidades que prefieren ocultarlas porque así se lo ha ordenado la sociedad, porque desde muy pequeñas les enseñaron a servirle a los hombres y a vivir a la sombra de ellos, porque así se desarrolla una clase de educación física en la educación mixta.
Quizás, en la educación física escolar, valga la pena parar la pelota y cambiar las reglas del juego, ya que las sugerencias planteadas por Rousseau, hace más de dos siglos, permanecen sutilmente configurando diferencialmente cuerpos masculinos y femeninos.
Además de estas formas de comportamiento diferenciado dentro de las prácticas de educación física respecto al género, es importante resaltar que el medio sociocultural androcentrista también ha ejercido su efecto en el ámbito educativo respecto a las prácticas corporales. Es común ver que dentro de la práctica de educación física, deportes como el fútbol están asociados directamente al género masculino, es decir que en muchos de los casos si una niña sobresale y genera un gusto por este deporte, recae en ella estigmas y estereotipos como el de “marimacha”. Lo mismo pasa con los niños teniendo en cuenta que si genera una pasión por prácticas social y culturalmente preestablecidas para niñas como la danza o la gimnasia, el niño es considerado como “marica”.
Ahora, aparte de los usos y prácticas corporales ya mencionados cabe resaltar la implementación del lenguaje sexista en los establecimientos educativos, es muy frecuente encontrar que los maestros y las maestras se refieren a los y las estudiantes con palabras que hacen alusión a un solo género, por ejemplo: “hola chicos” , “buenos días niños”, “¿están todos de acuerdo?, estas y muchas más frases invisibilizan a las mujeres, generan un refuerzo negativo y promueven mensajes sexistas de forma indirecta e inconsciente, de igual manera el lenguaje utilizado por los y las estudiantes entre sí posee estas misma connotación, comúnmente los estudiantes usan como mecanismo de agresión verbal frases como : “patea como una niña”, “¿le dolió?... mucha hembra”, “las que lloran son las niñas”, entre otros, los cuales promueven un sentimiento de inferioridad entre ellos, incluso este fenómeno es presentado por las estudiantes, si una de ellas se destaca en algún deporte, dice una grosería o simplemente deja escapar un eructo, sus compañeras le dirían “parece un niño, ¿no le da pena?”, este tipo de expresiones del lenguaje trascienden las paredes de la escuela y se insertan en el acervo cultural generando réplicas de manera masiva.
M. Subirats (1988) “sostiene que el código de género femenino está afectado por una negación del mismo perfectamente identificable a través del lenguaje”.
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